Liu Jing, el escultor abstracto, después de mostrar a su nueva amiga Shui una serie de obras esculpidas en piedra, en bronce, en hierro, o en madera de bambú, la condujo a un rincón del taller donde ocultaba su último tesoro, aún inacabado: su primera escultura en cristal, una figura ovalada que parecía querer abrirse. Liu Jing se estaba iniciando en las técnicas de los antiguos artesanos, como calentar el vidrio con una lámpara de soldar. Cuando un rato después, tras recorrer el resto de la casa, llegaron al dormitorio, supo que ella también sentiría la necesidad de convertirse en figura de cristal, era mejor que desvanecerse en una sombra apenas proyectada. Y segundo a segundo todo fue sucediendo tal y como el escultor había previsto. No le sorprendieron los gritos de emoción, ni los suspiros de entusiasmo que ella emitió al descubrir la estancia, inundada de luz gracias al amplio ventanal desde el que se veían las montañas; tampoco le pareció extraño su espontáneo deseo de desnudarse. La observó entre sonrisas mientras ella se iba despojando de sus siete velos. Y comprendió enseguida que estaba iniciando un camino.
No era la primera dama cristalina que, atraída por la curiosidad de conocer la casa del artista, quedaba atrapada por el hechizo de su alcoba. Solo que Shui parecía salida de la naturaleza, era como una gota de agua o quizás una lágrima, hablaba de la soledad y le gustaba imaginar su futuro como una flor abriéndose. El escultor, que había iniciado con el vidrio una nueva etapa en su trayectoria artística, llevaba un tiempo sintiendo el impulso de abandonar las abstracciones para reconciliarse de nuevo con el arte figurativo. Se dejó convencer por las luces de la tarde que llenaban el cuarto, y quiso retener para siempre esa forma femenina que emergía entre las sábanas. Pasaron varios días amándose con todas las luces. A veces ella jugaba a ser modelo mientras él trabajaba con infinita delicadeza la superficie del cristal, que con el tiempo se volvía cada vez más curvado y sugerente.
Una mañana lluviosa, al despertar, Shui había desaparecido. El escultor la buscó por todas partes, dentro y fuera de la casa, pero no estaba. Subió al dormitorio y se quedó un rato mirando las montañas con tristeza a través del ventanal. Y comprendió que estaba de nuevo solo.
Más tarde pensó que tenía que aceptar la situación, y bajó al taller para seguir trabajando en su escultura de cristal, como si la historia no hubiera sucedido, nada de lamerse las heridas. Al fin y al cabo, desde el primer momento había previsto ese desenlace, pero no pensaba en ello, porque solo cuando olvidamos que hay un final es posible disfrutar las cosas. Retiró la tela oscura con que acostumbraba a cubrir su nueva obra y agarró el martillo cuadrado y el cincel, como si fuese a trabajar la piedra. Tal vez estaba algo descentrado o no calculó bien. Y mira que eso también lo había previsto. Que así no, que el cristal se podía romper.